La transición energética que actualmente vivimos va mucho más allá de sustituir las energías fósiles por renovables. Es más que un proceso técnico o tecnológico, se trata de una transformación económica y social con profundas implicaciones sobre la gestión y la comunicación de la energía.
Esta transición no solo trata del “qué” en cuanto a sustituir una gran central contaminante de carbón o gas por un gran parque eólico o fotovoltaico. Consiste, también, en el “quién”.
La política energética deja de ser exclusiva de lo que determine la Administración y unas pocas utilities, sino que pasa a ser también lo que deciden en resto de actores como:
- La comunidad de propietarios que toma la decisión (o no) de rehabilitar energéticamente su edificio.
- La persona que opta por un vehículo eléctrico (o directamente por prescindir del suyo).
- La PYME que apuesta por cubrir su nave de paneles fotovoltaicos y generar la energía que necesita
- El pueblo o cooperativa que decide hacer un proyecto renovable participativo en el que invierta (y del que se beneficie) todo el vecindario.
Hablamos, por tanto, de la “democratización” o de la “entrada de nuevos agentes” en el sector energético.
Sin embargo, para hacer posible este escenario de oportunidades, para lograr un sistema energético realmente “democratizado”, es condición necesaria una sociedad informada y capaz de responder en coherencia. Por definición, un sistema energético más participativo requiere de la capacidad de asumir ese rol más proactivo y, por tanto, una mayor responsabilidad.
Si antes se centraba en informar sobre sus derechos a los consumidores (qué tarifas existen, cómo pueden reclamar en caso de problemas, etc.), ahora debe también empoderar a los ciudadan@s, en tanto que se convierten en potenciales agentes de la transición energética
Y a esta comunicación se le añade una modalidad hasta ahora más nueva en el ámbito energético: la que surge de los propios consumidores y que está asociada a nuevas iniciativas participativas o colectivas.
En definitiva, no solo se trata de reforzar nuestras propias capacidades comunicativas, sino de encontrar herramientas y espacios para ir más allá, para llegar a públicos y ámbitos para los que la transición energética puede ser una enorme oportunidad de mejora en los entornos urbanos.